viernes, 24 de enero de 2014

Antes de ayer, estuve deambulando por la base de aquí para allá buscando un pretexto para no volver a la nave con los otros chicos. Caminé y caminé sin destino hasta que se hizo tarde. Un cuarto de hora antes del toque de queda, mis pasos me habían llevado hasta aquello que debía ser mi hogar y que tan mala vida me estaba dando.

Con miedo en el cuerpo y con el recelo de llevarme una nueva paliza me acerqué a la puerta con el cargador solar de mi hermana en una mano y la tablet en la otra como ofrenda de paz hacia mis compañeros. Sólo me quedaba la esperanza de que entregándoles este activo me dejaran en paz por lo menos durante unos días.

Al llegar a la puerta de la nave suspiré hondo y entorné la manecilla hasta que esta se abrió. Tras ella me estaban esperando dos guardias civiles ataviados con sus característicos trajes verdes. Al entrar, alzaron la vista y uno de ellos me preguntó que si mi nombre era Daniel Úbeda, a lo que yo contesté afirmativamente. Me dijeron que tenían una orden de traslado y que cogiera mis cosas de inmediato. Yo, bajé la mirada hasta mis manos y mostrándolas les dije que sólo tenía eso. Se pusieron en pié y señalando hacia la puerta me dijeron pues entonces nos vamos ya.

Me dirigí hacia afuera mientras una última mirada a mis compañeros delataba a un Sergio de mirada confundida y a un coro de infames convecinos que clavaban sus ojos sobre mi y sobre las pertenencias que tenía en mis manos.

Los guardias me acompañaron hasta otra nave que estaba situada en el extremo opuesto de la base, en realidad se trataba de una tienda de muebles. Al entrar preguntaron por el Sr. Revilla a un grupo de gente que se hallaban sentados en el suelo y que interrumpimos cuando estaban contando historias. Un par de minutos después se personó un señor de mediana edad un tanto rechoncho. Al verme me dijo tu debes ser Daniel, tranquilo, aquí estarás bien. Aunque esas palabras ya las había oído antes, en mi corazón se encendió una pequeña luz de esperanza.

Los guardias le dijeron a aquel hombre que al día siguiente debía llevarme a primera hora a ver al Administrador.

Acompañado del Sr. Revilla, nos adentramos en el interior de aquella gran nave donde, con los muebles de la exposición y los que, supongo, habían en el almacén, habían improvisado una pequeña comunidad. Finalmente llegamos hasta una especie de habitación juvenil que había en el piso superior. El señor Revilla me dijo que a partir de ahora ese sería mi cuarto. Aquellos armarios, ahora eran para mi y aquella cama nido también. Disponía de todo menos de paredes, aunque la inteligente disposición de los muebles creaban la falsa sensación de tenerlas. Incluso disponía de un escritorio donde había un falso ordenador hecho de cartón.

Revilla tenía aproximadamente unos sesenta años y por su acento y su manera de hablar, se denotaba que era Sevillano.

Me dijo que me acostara ya, porque nave tiene el primer turno de las comidas y había que levantarse a las cinco para ir a desayunar. También me dijo que mañana me presentaría a todo el mundo y que lo pasaría bien allí.

La noche me pasó en un santiamén, fue muy reconfortante dormir de nuevo en una cama de verdad y además desde que dejé la casa de mi abuela no había vuelto a disfrutar del confort de un cojín para la cabeza.

Al día siguiente nos levantamos todos a las cinco de la mañana y a las cinco y media ya estábamos desayunando en el comedor. La desventaja de vivir ahora en aquella nave era que, a parte de los horarios, la nave a la que todos llamábamos 'el comedor' quedaba bastante lejos de allí.

Después de desayunar Revilla me acompañó hasta el despacho del Administrador, donde esta vez en ves de estar aquella señora se encontraba la Cabo Vila. Me explicó que estaban al tanto del altercado que había habido con mis anteriores compañeros y que por eso me habían trasladado. Revilla, que había entrado al despacho conmigo, le dijo que descuidara que ellos cuidarían bien de mi y le anunció que tenía previsto ponerme con el equipo de montaje esa misma mañana.

Al salir del despacho, me puso la mano en el hombro y me preguntó que si había hecho alguna vez de carpintero. A lo que le contesté que yo todavía estaba en el instituto.

Volvimos hasta la gran tienda de muebles donde había pasado la noche anterior, nos adentramos en su interior y mientras íbamos avanzando por los pasillos Revilla me iba presentando a todos los que nos encontrábamos. Finalmente llegamos a la parte de atrás del almacén y buscamos a un tal Pepe, al que encontramos trabajando en el montaje de una gran buaserí de nogal. Revilla le dijo que le traía ayuda señalándome a mi.

El resto del día lo pasé con Pepe anudándole a montar aquella buaserí y varios muebles más.

Creo que me gustan mis nuevos compañeros.